EL CUMPLEAÑOS DE LA PROFESORA
Hace unos cuantos años atrás -no
muchos en realidad-, 47 inquietos estudiantes de educación primaria coincidieron
en una misma aula. Eran 47 vocecillas chillonas que gritaban sin parar; 47
mentes frescas ávidas de conocimientos; 47 inteligencias capaces de tramar la
más inverosímiles travesuras; 47 corazones dispuestos a tejer vínculos de
amistad capaces de resistir toda prueba.
Fue la coincidencia más feliz de
sus vidas. En realidad era una coincidencia que estaba escrita de antemano en
los anaqueles del tiempo y de la historia. ¡Sí, aunque resulte inverosímil, era
una coincidencia escrita de antemano! Lo que también estaba escrito es que a
aquella aula llegaría una excelente profesora graduada no hacía mucho tiempo.
Era una profesora joven, hermosa, cariñosa, inteligente, creativa y con una enorme
capacidad para tolerar a 47 estudiantes chillones, traviesos, risueños, felices
pero muy distraídos.
No es difícil imaginar las épicas
batallas que tuvo aquella joven profesora para captar su atención. Hizo de
todo: invocó, exhortó, gritó, lloró, pero sobre todo, contó cuentos. Cuando
leerles cuentos no funcionaba ella solía cantar. Su voz era clara como agua de
manantial y su canto ejercía un poder casi hipnótico sobre todos ellos. El canto más pedido
era “Cucú, cucú cantaba una rana”. Muchos de ellos nunca en su vida habían
visto una rana pero ese canto los hacía felices. Otro canto muy solicitado era “El
zapatero”. No sé por qué, pero aquellos estudiantes lo cantaban con inusitada
emoción, como si estuvieran en una protesta social para reclamar por algún derecho
conculcado. Es que el canto hacía referencia a un zapatero remendón que no hizo
su trabajo conforme se lo pidió el cliente.
Y así, entre cantos y cuentos,
esos estudiantes primariosos fueron educados. Fueron cinco años maravillosos
en el que compartieron de todo y crecieron como cómplices de aventuras. Fue en ese rústico salón construido con material
pre-fabricado, con techo de canalones color marfil y ventanas de maderas, muchos de ellos sin
vidrios, donde aprendieron los conocimientos básicos que les permitió construir
su edificio cultural y académico. Fue con aquella profesora joven, hermosa y
creativa que los estudiantes aprendieron a amar la historia, la literatura, la
geografía, las matemáticas y, principalmente, el recreo. Fue en esa aula rústica
pero cálida que sus jóvenes corazones latieron y suspiraron de una manera diferente
por una mujer que no era ni su mamá ni su profesora.
Hoy, gracias a las redes sociales,
esos 47 chiquillos que un día fueron estudiantes se reencontrarán con la que un
día fue su profesora. El Facebook fue el medio que les permitió fabricar el
pretexto para volver a verse. Y el pretexto perfecto será el cumpleaños
de su profesora. Con ese pretexto se reunirán para a celebrar la vida, festejar sus
logros conquistados, agradecer por sus aprendizajes adquiridos, aquellos aprendizajes que
suelen llegar envueltos entre risas, triunfos, dolores y fracasos. El
cumpleaños de la profesora es el
pretexto para reencontrarse con los amigos y amigas de aquellos años,
pero principalmente será el pretexto para reencontrarse con ellos mismo, con el niño o la
niña que fueron y que no quisieran dejar de serlo.
Después de mucho tiempo volverán
a verse y seguro que no podrán resistir no abrazarse. Pero, la alegría y el
abrazo les jugarán una mala pasada: volverán a sentirse estudiantes otra vez y
ella volverá a sentirse profesora nuevamente. Ella, con sólo verlos, rejuvenecerá
y ellos, con sólo abrazarla, le agradecerán por su vocación, su dedicación y sus
conocimientos. Ese día servirá también para agradecer al que escribió de
antemano ésta feliz coincidencia.
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