ADIÓS MI QUERIDO MAX


La primera vez que vi a un hombre cocinar fue cuando tenía 5 años, ese hombre era mi tío. Él no sólo cocinaba también lavaba la ropa, tendía la cama y barría la casa. Era un tío ejemplar: sencillo, honesto, solidario, muy risueño y el más consentidor del mundo. Mis recuerdos con él son los más felices de mi infancia. Con él aprendí a pasear en moto por la ciudad y sus alrededores. Montados en su vieja roja ibamos a visitar a su mamá Rosa y sus hermana Manuela y Catalina. En uno de esos viajes -que para un niño de 6 años eran como viajes interespaciales- salieron a nuestro encuentro una jauría de perros que nos persiguieron por varios minutos. Su instinto protector lo impulsó a acelerar la moto repentinamente para evitar que nos mordieran. Su maniobra me tomó por sorpresa y terminé con el talón del pie derecho rebanado por los rayos de la moto roja. Eran mis primeras marcas en esta aventura de riesgo que es la vida.


El incidente no disminuyó para nada nuestro vínculo, todo lo contrario, la profundizó más. No sólo éramos cómplices de aventuras sino también compañeros de juego. Con él aprendí a jugar trompo, bolero, canicas y runrun. Pero mis mejores recuerdos son aquellos que viví con él corriendo tras una pelota de fútbol en el patio de la casa de mamá. Allí solíamos jugar contra su hermano mayor y mi hermano mayor. Él no sólo era hábil con el balón sino también generoso. A pesar de mi falta de habilidad pelotera por mi corta edad, nunca me negó un pase y mucho menos, un pase-gol. Antes creía que él no disfrutaba culminar su jugada en el arco rival tanto como facilitármela. Hoy creo que él suspendió voluntariamente su disfrute para disfrutar de algo más trascendente: ver feliz a su sobrino. Todavía recuerdo su mirada tierna y su tremenda sonrisa cuando me veía gritar con las manos en alto esa bendita palabra que se llama gol. Era como entrar en ese cielo glorioso del que hablan los profetas bíblicos cuando se refieren a la entrada de los hombres y mujeres justos cargados de humanidad. Fue bajo ese sol ardiente de las tardes chimbotanas, mientras rodaba la pelota, que aprendí mis mejores lecciones de amor filial.



Su moto roja se la dieron en su primer trabajo formal. Su empleador no sólo lo puso en planilla sino que, según parece, le asignaron un monto especial por cada sobrino. Lo intuyo porque los primeros meses nos daba propina religiosamente a cada uno. Todo estaba bien hasta que conoció a Rosita y, una vez casados, llegaron Jhonatán y luego José y se acabaron las propinas. Si bien no hubo más propinas, hubo mucho afecto repartidos a granel, mucha risa en nuestras vidas sobre todo cada vez que recordábamos las anécdotas mil veces contadas en las reuniones familiares. Siempre fue un hombre generoso, su generosidad lo expresaba en la abundante comida que me ofrecía cada vez que visitaba su casa. La comida era su signo de entrega, fiesta y familiaridad.

Hoy su casa tiene un sabor distinto. Él ya no está allí y sobre ella se cierne un pesado silencio. Tengo un dolor en alguna parte del alma que no se quiere ir. Sé que pasará. Sé que estará mejor, así lo cree mamá. Sé que recordar nuestras aventuras aliviará un poco esta pena -aunque saberlo no me quita este dolor. Sé que tomará tiempo desacostumbrarme de ti. Y mientras me desacostumbro sin olvidarte te recordaré con aquel mandil de cocinero que te colocaste aquellos días que mamá estuvo hospitalizada por varias semanas. Asumiste con naturalidad las tareas del hogar como comprendiendo que esos roles no son exclusivos de la mujer; que no hay mayor dignidad en el ser humano que servir, amar y ser prójimo de los demás.


Hoy mi tío ya no está conmigo, acaba de iniciar un viaje. Partió con la convicción militante de quien sirve a un general victorioso. Su viaje, según me comentó, lo llevaría a encontrarse con aquel a quien sirvió y fue la fuente de sus esperanzas. Sin embargo, yo creo que viajará hacia las estrellas. ¡Sí, hacia las estrellas! En alguna parte de aquella vieja Biblia que leía con tanta devoción dice que del "polvo somos y al polvo volveremos"; pero lo que no dice tu vieja Biblia, mi querido tío, es que ese polvo es polvo de estrellas. Pero, bueno, no nos vamos a poner filosóficos en estos momentos. A donde quiera que vayas, te deseo un viaje tranquilo. Saluda a mi querido Meche, tu padre, mi abuelo; dale un beso de mi parte y dile que estoy bien pero que lo extraño mucho, que los vamos a extrañar mucho.

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